28.8.13

ACV



Este invierno se cumplieron 10 años de mi primer ACV (digo primer porque en mayo del 2011 sufrí otro). Tuve la buena suerte de que fuera leve, y la mala suerte de ser mal tratado por los médicos que me atendieron, lo que no es para nada sorprendente teniendo en cuenta que me sucedió en San Rafael (Mendoza, Argentina), ciudad infectada de mala praxis médica.

A consecuencia del accidente cerebrovascular me quedó un acúfeno permanente en el oído derecho que, por momentos, me pone más loco de lo que ya normalmente soy por naturaleza y elección. Pero el daño mayor fue en el cerebro, que perdió una buena parte de su capacidad.

Es terrible vivir esa situación porque no hay manera de demostrarlo, pero uno sabe cómo funciona su propia mente; la disminución en la capacidad intelectual me ha provocado infinidad de inconvenientes en la vida cotidiana que, no obstante, parece una vida normal vista por otras personas, desde afuera.

Generalmente los ACV dejan secuelas físicas transitorias o permanentes que hacen visible lo acontecido; cuando como en mi caso eso no ocurre, encima hay que luchar contra la incredulidad ajena: cómo no ven un problema físico, tienden a no creer en que uno ha tenido un grave problema y sigue padeciendo sus consecuencias.

Como sea, la vida continúa...

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